18 may 2015

¿Vale la pena hacer campañas a favor de la lectura?

18 may 2015

Ya habíamos hablado antes de Mónica Cabrejos en este blog. De como nos sorprendió verla en el stand de Perú -pagado con dinero de todos- en la última FIL Guadalajara, a pesar que deben haber varias personas con más experiencia y libros bajo el brazo. Qué suerte tener amigos en Promperú. De Iván Thays sí creo que nunca habíamos hablado.



Sin embargo, plumas más alturadas que las hormonadas de esta humilde ave de corral, seguramente se pronunciarán con mayor elegancia y precisión respecto a su ventilado affaire. Nosotros trataremos de seguir con el tema de la semana pasada.

A veces me pregunto si la relación entre estos próceres de nuestras letras  no será una jugada mediática para promover la lectura (?) digna de la maquiavélica mente de algún Favre librero que aún desconocemos.

¿Exagero? Para nada. Las campañas para difundir/ promocionar la lectura son innumerables, algunas ingeniosas y otras algo lisérgicas. Así tenemos desde algunas con la participación directa de estrellas de Hollywood como Nicole Kidman, otras con la participación de dos integrantes de Combate y hasta otras que, bueno, mejor véanla ustedes mismos:




La campaña "Perrea un libro" finalmente fue anulada por la UNAM, que terminó retractándose. Si lo que querían era relacionar el sexo con libros, quizás debieron ser más directos, no sé, chicas en topless leyendo, ah, no, eso ya se hizo. O, para que no digan que soy sexista, debieron poner chicos guapos leyendo, ah perdón, eso también se hizo.

El problema de estos intentos es que se parte de la premisa que la lectura de libros es aburridísima y que solo se aguanta con gente atractiva al costado. Pero en general, debo confesar que nunca he entendido las campañas o promociones “a favor de la lectura”. Me parecen mal enfocadas y hasta innecesarias. No entiendo porque habría que “difundirla”. Creo que todo el mundo sabe que existe. Si a pesar de eso no la practican, por algo será ¿no? ¿Por qué se publicita entonces? En todo caso habría que difundir también el gusto por la música, el cine, la pintura y otras manifestaciones culturales igualmente válidas.

La insistencia en frases como “el libro es cultura” o “read to achieve” (como se usa en USA) solo va a provocar actitudes similares a la de la Chilindrina, el Chavo y los demás alumnos del salón en ese capítulo en el que el profesor Jirafales les dijo que lean. Y no sólo, como muchas veces se malentiende, se produce esta reacción en los sectores socioeconómicos más bajos o de menor acceso a la educación. Lo mismo pasa entre personas que han tenido mejores oportunidades, no sólo en nuestro país, sino incluso en el extranjero. Un buen ejemplo de esto fue el artículo publicado en El País –uno de los periódicos más prestigiosos de España–  con el rótulo “Yo no he leído el Ulises ¿y qué?”[1].

Como vemos, la sacralización de algo, en este caso de leer, tiene como correlato exactamente lo contrario de lo que se busca y despierta cierta vocación iconoclasta hacia lo defendido como positivo. Este problema se incrementa si los partidarios de las campañas pro-lectura no articulan una política coherente o, al menos, comparten ciertos criterios en común respecto al por qué la lectura es saludable. Es decir, todos asumen que la lectura es positiva y es por eso que hay que difundirla. Pero, antes de asumirlo, previamente habría que tener algo claro: ¿por qué la lectura es positiva?

La respuesta, quizás, la próxima semana.



[1] El País, 15 de mayo de 1993. Extraído de García Tortosa, Francisco. “Introducción” en Joyce, James. Ulises. Madrid, Cátedra, 1993, p. XXII.

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