25 dic 2017

#QuéLibroRegalaríasPorNavidad...

25 dic 2017

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Lo que para el jueves 21 empezó con algo de esperanza, para el domingo 24 terminó con indignación. A veces solo queda el humor para pasar el trago amargo de esta Nochemala. Aquí el resumen de los "regalos" que fuimos soltando en redes, antes de que se fueran a la mierda las fiestas.

A Keiko le regalamos el libro de David Trueba, (había que regalárselo hace rato, desde 2011 por lo menos)


A PPK, una novela de Coetzee para que sepa como lo ve el país como presidente (aunque podría ser también Desgracia)


A Ollanta y Nadine, podría regalársele uno para que asuman el futuro de su carrera política


A los angurrientos de Graña y Montero, algo para que recuerden que Odebrecht no es un juego


Al congresista Malvenido "Alzheimer" Ramírez es muy difícil regalarle un libro, quizás lo más adecuado sería este de Zambra.









A Cecilia Chacón, como no terminó sus estudios pero hizo harto billete "misteriosamente" le cae preciso este libro.


Al maestro Gareca deberíamos regalarle cualquier cosa que pida, pero lo que mejor lo resume es la penúltima novela de MVLL.



Al Congreso, aunque Bestiario de Cortázar sería quizás el más adecuado, nos inclinamos por Desgracia impeorable de Peter Handke


A Héctor Imbecerril, no sería muy difícil, También aplica para Daniel Salaburro, Karina Bestieta, Vilcatoma etc.





Aunque más idiotas somos nosotros que les pagamos el sueldo. Infeliz Navidad.

Regalos anteriores, aquí.

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30 nov 2017

Cartas a Luchting (1960-1993) - Julio Ramón Ribeyro

30 nov 2017

2 floritos
La ausencia de Ribeyro se siente más en días como estos, cercanos a la fecha de su partida. Esta sensación aumenta cuando parecería que no queda nada más por leer de él, ante la improbable idea, al menos a corto plazo, de que se publiquen las partes faltantes de sus diarios, cartas u otros escritos póstumos.



Sin embargo, de vez en cuando se puede encontrar algo. Por ejemplo, sus Cartas a Luchting (1960-1993) editadas el año pasado por una universidad mexicana. En ellas encontramos opiniones de diversos personajes de la época. Así, a Juan Velasco Alvarado lo califica de "muy limitado intelectualmente" (p. 162), a Scorza de "pastiche de García Márquez y Vargas Llosa" (p. 191) y al sicólogo Jorge Bruce de "dogmático" (p.265). Cuando se entera que Salazar Bondy no le cree que publicará con Gallimard, Julio Ramón escribe que es "(...) capaz de enviarle una copia fotostática del contrato para taparle la boca" (p. 31). 

Las opiniones de obras tampoco faltan. Por un lado, se burla de El sexto de Arguedas (p. 33), comenta Rayuela ("cursilería latinoamericana llevada a la tercera potencia, por ser argentina" p. 87), maletea a Reynoso (p. 111 y 113), alaba La casa verde (p. 120), recuerda El lobo estepario (p. 123), critica Cien años de soledad (p. 147), y Confieso que he vivido (p. 202), califica de "geniales" los roman noirs de James Ellroy como Luna sangrienta o La dalia negra (p. 282). Sobre La guerra del fin del mundo dice que "(...) para escribir una novela de ese peso, literal y figurado hay que tener huevos"(p. 241). Y no se queda en ese único elogio hacia Vargas Llosa sino que pronostica, en 1982, que será el premio Nobel (p. 242). 

También hay interesantes revelaciones sobre su obra. Me sorprendió la existencia de ocho inéditos cuentos europeos, incluido uno de lesbianismo y otro de un doble caso de violación (humano y animal) titulado "La perra de la señora Weber" (p. 90). También el verdadero final de Los geniecillos dominicales (p. 108), las referencias en "Por las azoteas" (p. 166) y "La juventud en la otra rivera" (p. 244), además que odia el cuento "El banquete" (p. 136). De hecho noté que muchos de sus cuentos favoritos son los que también más me gustan.

¿Se acuerdan de esto?

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"Un autor latinoamericano cita cuarenta y cinco autores en un artículo de ocho páginas. He aquí algunos de ellos: Hornero, Platón, Sócrates, Aristóteles, Heráclito, Pascal, Voltaire, William Blake, John Donne, Shakespeare, Bach, Chestov, Tolstoi, Kierkegaard, Kafka, Marx, Engels, Freud, Jung, Husserl, Einstein, Nietszche, Hegel, Cervantes, Malraux, Camus, etc. A mi juicio la mayoría de estas citas eran innecesarias. La cultura no es un almacén de autores leídos sino una forma de razonar. Un hombre culto que cita mucho es un incivilizado".

¿Quién fue ese autor latinoamericano chamullero en Prosas apátridas?: Sábato (p. 161). Pero más allá de la literatura, también se deslizan algunas de las oportunidades que tuvo: cuenta que el Apra le ofreció el Ministerio de Cultura (p. 270) y Fujimori lo nombró Embajador después del autogolpe (p. 289). En resumen, como siempre que leemos a Ribeyro, hay muchas sorpresas y la garantía de una prosa exacta, tan intensa como relajante.

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17 oct 2017

No soy tu cholo - Marco Avilés

17 oct 2017

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Y seguimos con los libros de no ficción. Ahora que, para variar, hay otro debate en las redes sociales, esta vez por el censo que se realizará este domingo, básicamente para maletearlo, una de las razones de las críticas está enfocada a la innecesaria pregunta sobre la raza: el eterno issue del Perú.

Una amiga había comprado No soy tu cholo de Marco Avilés. Había oído críticas elogiosas de su libro De dónde venimos los cholos y quería saciar mi curiosidad, así que se lo pedí prestado.

Es un conjunto de artículos breves y algo repetitivos sobre el tema del racismo en el Perú. Específicamente, del racismo contra los cholos, no hay nada referido a negros, orientales u otros. Si bien el libro apunta a muchos hechos y situaciones innegables, como los muros en Asia, los abusos de conductores, la falta de espacios públicos, etc.; tratar de explicarlos solo desde la perspectiva del racismo es insuficiente y hasta falaz. No puede dejarse del lado el factor económico, cultural o social, que de alguna manera el mismo autor considera cuando dice que hay cosas que "blanquean" (p. 73-74), pero solo lo menciona y se queda ahí nomás.

Tan importantes son las distancias sociales y económicas que hacen la diferencia entre, por poner un ejemplo del propio libro, ingresar a la discoteca o quedarse afuera. Si el autor logró entrar es porque sus amigos lo ayudaron, por más cholo que, según él, parezca (al menos por la foto de la solapa se ve más "blanco" que yo, jeje). Créeme, yo no hubiera entrado.

Aunque la contratapa explica que el autor está harto del victimismo, de la prosa, no muy elaborada, del texto sentí lo contrario. Curioso para alguien que vive en Maine y es publicado por Random House. Me causó gracia cuando se queja de que le daban sólo 15 soles semanales para sus gastos en la universidad, a mí a veces no me daban ni eso y en la PUF las cosas son más caras que en San Marcos (sí, soy de la PUCP, y debo sentirme mal por ello, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa).

Tal vez es que mis expectativas fueron demasiado altas para esta obra y esperaba un ensayo más analítico, no solo post de facebook largos que tratan de ser graciosos y que narran vídeos que ya hemos visto o problemas por los que todos hemos pasado.

Solo espero que, si el autor lee esto, no piense que lo estoy discriminando.
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30 sept 2017

Sendero - Gustavo Gorriti

30 sept 2017

2 floritos
Este año, quizás por cuestiones de trabajo, he leído más libros de "no-ficción" que en otras oportunidades. Antes ya había invertido mi tiempo en libros sobre el conflicto armado interno: desde increíbles reportajes como Muerte en el Pentagonito de Ricardo Uceda hasta penosos textos como La cuarta espada de Santiago Roncagliolo, pasando por obras intermedias como En el reino del espanto de Alvaro Vargas Llosa u Ojo por ojo de Umberto Jara.

Pero en estos últimos tiempos, quizás por el contexto político, han surgido nuevas publicaciones como La hora final de Carlos Paredes o Hablan los enemigos de Antonio Zapata y se han reeditado o difundido más otros como Memorias de un soldado desconocido de Lurgio Gavilán o Los rendidos de José Carlos Agüero e incluso cómics como Rupay y Barbarie. Aunque de todos, el que me ha impactado más es, sin duda, Sendero de Gustavo Gorriti.



Si hay una "saga" que debió continuarse pero quedó estancada es esta. El plan original de Gorriti era hacer un primer tomo sobre la prehistoria de Sendero, antes que inicien la lucha armada, un segundo tomo sobre los primeros años, que es el que finalmente salió a la luz, y un tercero del avance sobre Lima. 

A pesar que el libro solo relata lo ocurrido entre 1980-1982 es interesantísimo y muy bien escrito al explicar detalladamente porque no se actuó con rapidez frente a la amenaza terrorista. En los inicios de esa década, se pensaba más en las elecciones presidenciales de 1980 y los medios cubrían con expectativa los primeros comicios en doce años. El optimismo de la vuelta a la democracia e incluso el éxito militar frente a los ecuatorianos en el "Falso Paquisha" (1981) parecía demostrar que no había porque temer a un grupo de fanáticos desconocidos, que incluso nadie creía que eran peruanos por lo absurdo de sus acciones. Belaúnde no podía concebir que compatriotas destruyeran torres de alta tensión e infraestructura que costaba mucho mantener y un congresista incluso aseguró que Sendero era un grupo de guerrilleros foráneos que venían "de un portaaviones anclado en el Caribe" (p. 250).

Debe tomarse en cuenta que, durante el primer año, sólo hubo un muerto en Ayacucho y la mayoría de atentados -quema de actas, perros colgados, apagones, pintas, robos- no solo no eran fatales, sino que no parecían indicar la sanguinaria violencia que vendría después. Un dato interesante, y que rompe un mito arraigado, es que entre mayo de 1980 y mayo de 1981 hubieron casi tantos atentados en Ayacucho (83) como en Lima (81) (p. 170). Uno de esos atentados fue el incendio a la Municipalidad de San Martín de Porres. Pero como sucedió "en el cono" sumado a los factores ya mencionados no causó mucha preocupación. Para recordar que no todo es Tarata.

Pero todo cambió el 17 de octubre de 1981, con el atentado en El Tambo, en el cual, entre otros muertos, los senderistas le metieron 6 balazos a un bebé de un año. Ahí es cuando se declara estado de emergencia en varias provincias ayacuchanas y, otro dato olvidado, el resto del año no hubo un solo atentado más, gracias a la correcta intervención de la policía lo que se logró casi sin abusos contra la población civil (muchos años después sería nuevamente la policía la que demostraría, a diferencia de las fuerzas armadas, que se podía combatir al terrorismo y derrotarlo sin torturas ni matanzas).

Todo acabaría al año siguiente, cuando Belaúnde cometería el error fatal de no renovar el estado de emergencia y, ya con el campo libre, Sendero regresaría y más fuerte todavía e incluso liberaría a una gran cantidad de presos capturados anteriormente. La falta de apoyo y la desmoralización de los efectivos iniciaría una escalada de violencia por ambos lados, con los sinchis, golpeando y aplicando "submarinos" a cualquier sospechoso detenido. Es increíble como se justificaban diciendo que eso "no era tortura" y que ellos "no hacían nada malo" porque no había ningún muerto. Al año siguiente, cuando llegó el Ejército, los habría.

El libro tiene mucho de crónica periodística y uno se siente por momentos en el lugar de los hechos:

"Tomamos un taxi en la plaza de armas, un viejo Ford que nos condujo cerro arriba a una de las barriadas que rodean Ayacucho. Después de un ascenso penoso para el motor venerable, subiendo a través de calles solitarias y sin iluminación, donde las luces de los faros del auto parecían perforar un túnel precario y cambiante en la oscuridad masiva, llegamos a un pequeño altiplano, donde el vehículo se detuvo (...) El silencio, ahora que el ruido, como de alegría embargada del motor en bajada se alejaba, era más profundo y claro. Apenas se sentían los sonidos inciertos e inseguros de nuestros pasos sobre las piedras pequeñas, el eventual cascajo. A nuestra izquierda, muy abajo, las luces del centro de Ayacucho aparecían distantes y deseables" (p. 261-262).

Pero en medio del dolor, hay muchos momentos en que se nos transmite la insanía, lo absurdo y hasta lo risible de lo que pasaba: un atentado en que Sendero no tuvo mejor idea que ultimar cientos de aves de corral, dejando todo un camino cubierto de plumas; el increíble pronunciamiento desde París de Julio Cortázar a favor de un senderista (p. 285) y un parte oficial que no tiene pierde:

"(...) policías Sinchis en estado de embriaguez jugaron al desafío de la ruleta a la rusa (sic) muriendo uno de ellos (...) un policía de la Guardia Civil embriagado (...) ha sido abaleado por miembros de la Policía de Investigaciones también embriagados (...) se proceda a la inmediata clausura de todas las discotecas de la Ciudad para evitar el plan operación-sexo-terrorista, ya que a dichos lugares cuentan muchos miembros (?) policiales (sic)".

Definitivamente en esa época no se entendía al terrorismo. Y ahora, si no leemos libros como este, quizás tampoco.

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31 ago 2017

Feria del Libro 2017: Una FIL que trae cola

31 ago 2017

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¿Qué tanto importa la cultura en el Perú? Pareciera que poco cuando estamos en plena huelga de maestros, que hace meses ha dejado sin clase a miles de alumnos, o cuando el Ministro de Cultura Salvador del Solar cuestiona una muestra artística por ser supuestamente "parcializada" o cuando la presidente del Congreso retuitea un insulto a un escritor como Raúl Tola, que por más malo que sea no merece ese trato. Un panorama así, aparentemente, es tan desolador como el invierno o el cielo limeño en estos días.

Además de esos sucesos, este mes también concluyó la Feria Internacional del Libro de Lima, a la que casi por primera vez desde que la conozco, no tenía la más mínimas ganas de ir. Al final, asistí el último día más para acompañar a alguien. Hubieron algunas novedades, como la presencia de la librería Lancom, y después de todo puede decirse que fue una FIL histórica porque batió el récord de visitantes: las colas fueron las más largas que recuerde (y eso que este año se implementó la compra de entradas por internet) sino miren la foto:



Curiosamente en la cola casi nadie estaba leyendo (a veces en los bancos o en la combi veo más lectores) como si la lectura no fuera el objetivo final de la compra. O como si hacer cola fuera un fin en sí mismo: en esta FIL había colas para entrar, colas para comprar, colas para pagar y hasta colas para recitar, como en el caso del concurso de "Los heraldos negros" organizado por un Banco.


Creo que lo mejor de la FIL fue ese concurso (y la carrera por los libros de SBS). Una forma distinta de promocionar la declamación y que tuvo bastante éxito. Y, lo mejor, una opción para que el público pueda interactuar sin estar sentado frente a un ponente o abriendo la billetera. Un poco de calma, entre tanta bulla.    

Porque faltan más espacios para conversar sobre lo importante: la lectura, el aprendizaje, el goce estético. Quizás es ingenuo creer eso en una feria del sector privado que tiene como principal interés aumentar sus ganancias, por más que la Cámara Peruana del Libro sea supuestamente una asociación sin fines de lucro. Pero, en el fondo, ante la ausencia de espacios públicos o iniciativas estatales, seguimos creyendo que esa es "nuestra" feria y, en la práctica es probablemente el único contacto que tenga mucha gente con el libro, hasta el próximo año. Pero no debería ser ingenuo pensar que todos tenemos el mismo derecho de acceder a la cultura.

Aunque uno puede dudarlo cuando recuerda que, en la Feria, Mijail Garrido Lecca, un tipo que tiene un espacio sobre libros en un noticiero televisivo, recomendó solo un libro: "Harry Potter, sin ninguna duda, Harry Potter y sobre todo el número dos"(?). Hay hermanos, muchísimo que hacer. Y no solo colas.






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26 jul 2017

El olvido que seremos - Héctor Abad Faciolince

26 jul 2017

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Una mala decisión puede acabar con la vida de una persona, una mala decisión puede malograr nuestra percepción de un libro. Y tomé esa mala decisión al curiosear los comentarios de El olvido que seremos antes de leerlo: todos elogios y puntuaciones de cinco estrellas. Y, naturalmente, las expectativas se incrementaron innecesariamente. Esperaba una prosa arrolladora, un gran dominio técnico o una trama trepidante o, en todo caso, algo más que una historia feeling. O quizás es que no soy tan aficionado a historias autobiográficas sobre el padre del autor (que al final siempre se muere), en la onda de La distancia que nos separa de Renato Cisneros o La invención de la soledad de Paul Auster.



Pero después, cometí un segundo error: dejarme llevar mucho por las ideas, las posturas, las críticas contra todo y todos que pululan en la obra. Si no son acusaciones contra la derecha, son contra la izquierda y principalmente contra la Iglesia Católica. No en vano, Vargas Llosa dice en la contraportada que este libro es "uno de los más elocuentes alegatos que se han escrito". Y a mí personalmente no me gustan mucho los alegatos, al menos cuando leo una novela prefiero que tenga más literatura que ideas, por bienintencionadas que estas sean.

La primera parte del libro puede resumirse en el testimonio de un niño que cree que su padre es casi Supermán. Un oasis de felicidad y si hay algo aburrido en un libro es describir la felicidad, y es muy difícil también, aunque podríamos decir que el autor sale bien librado del trance, con sus capítulos breves y sencillos, que titula cuando quiere, de una niñez paradisíaca. Luego vendría la acción, y de qué manera, donde la muerte y el dolor se hacen presentes, narrados de forma serena pero emotiva y esas son la mejores páginas del libro.

Pero como dije, estamos ante un alegato. Y, como todo alegato, puede caer en contradicciones. Es un poco contradictorio que el narrador critique a la izquierda por considerar a la gente feliz como reaccionarios, por ser felices en un mundo lleno de dolor (p. 153) y que, por otro lado, el mismo narrador cuestiona la aparente alegría del obispo en la misa del velorio de uno de los personajes (p. 182), como si solo ciertos dolores nos permitan el lujo de la alegría. Es también contradictorio, o al menos curioso, que el narrador desconfíe de la bondad intrínseca del ser humano, apartándose de un Robespierre e insista en las mezquindades de la naturaleza humana (p. 188) y no reconozca que el catolicismo coincide en los mismo desde hace siglos, apartándose de la idea rousseauniana de que el hombre "es bueno por naturaleza" y, por el contrario, asumiendo que todos nacemos con el mal dentro, llamándo a esto, sino me equivoco, "pecado original".

Pero, vamos ¿no estamos todos llenos de contradicciones? De hecho, el propio libro las admite ¿Es contradictorio ser ateo y tener una cita bíblica preferida (p.219)? Quizás sea un signo, de inteligencia, de tolerancia, ir más allá de nuestras convicciones. El padre modelo de la obra es lo suficientemente tolerante para poner a su hijo en un colegio, porque es consciente que es el mejor lugar de los que hay (p. 90) y suficientemente inteligente para admitir que estaba equivocado acerca de la real situación de la URSS (p. 85). 

Y el mundo también es contradictorio. Así como hay curas depravados (p. 88) hay otros que dan su vida en la lucha contra las injusticias (p. 228). Así como los romanos martirizaron a los cristianos, luego estos martirizaron a los nativos americanos. ¿Cuál es entonces el camino a seguir? ¿Cómo vencer estas paradojas cuando todos somos incoherentes y nada consecuentes? Para el autor, tal vez la respuesta sigue siendo su padre.

Probablemente estas contradicciones son una forma de llegar a un equilibrio, como sucede con el padre y la madre del narrador, ambos bastante contradictorios, como se advierte del capítulo 20, pero felices. Quizás estas contradicciones sirvan para no caer en fundamentalismos, pues todos son perniciosos (p. 100).

En resumen, estamos ante un libro hermoso y sencillo, pero como tantos otros libros buenos, así como el señor Héctor Abad padre era un buen ser humano, como tantos otros. Igual, tanto los buenos libros, como las buenas personas, todos seremos víctimas del olvido que somos y seremos.

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29 may 2017

Viajar libros (17): Florencia (parte 2)

29 may 2017

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El lunes tiene esa sensación de rutina y sinsentido, que nos hace cuestionarnos sobre la verdadera utilidad de hacer ciertas cosas. Algunas por obligación y otras por vocación. Ir a los museos en Florencia es un poco una mezcla de ambas. Sí, nos gusta el arte, pero a veces entra la duda de si valdrá la pena el esfuerzo, no digo ya de producirlo, sino solo de disfrutarlo. Parafraseando a ya saben quien, el arte (y la lectura) deben ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz. 




Pienso en eso al hacer la cola para entrar al Museo Uffizi, que se siente casi como el aeropuerto, por los controles, detectores de metales y los militares que están en todo Italia, no cesa la emoción de saber que veré por primera vez, en vivo, cuadros y esculturas que solo he visto en papel y pantallas. Una emoción que la han sentido muchos, por ejemplo Bill Bryson, que en su libro de viajes sobre Europa mucho de las hordas de turistas en especial en este museo. Rilke escribió todo un diario sobre sus visitas aquí. Steinbeck dice: "Vas a los Uffizi de Florencia (...) y quedas tan abrumado por el número por la potencia majestuosa del pasado, que sales de allí angustiado, con una sensación como de estreñimiento. Y luego cuando estás solo y recuerdas, los lienzos se seleccionan solos, tu gusto y tus limitaciones eliminan unos, pero otros se alzan claros y limpios. Puedes volver a mirar una cosa sin que te atribulen los gritos de la multitud". Ojalá tuviera esa capacidad. La cámara del teléfono recordará por mí. 

No los atosigaré con innumerables fotos que seguramente podrán encontrar en otros lugares, con mejor resolución y sin un ave de corral malogrando el encuadre. Solo una, quizás no tan recordada como los interminables de lienzos de Boticelli, Tiziano y Caravaggio, pero que me gustó porque me hizo recordar el texto de Aquiles y la tortuga que está en Discusión, un compilado de ensayos borgiano.  



No conforme con tanta sobredosis estética, salgo del museo y camino rumbo al que para mí es el icono de la ciudad: el David de Miguel Ángel que se encuentra en la Galleria de la Academia, un museo más pequeño, construido casi como para que se luciera solo esa estatua. Está a pocas cuadras de donde me he alojado, en Via San Gallo (nombre apropiado). Luego de cumplir con mis obligaciones turísticas y culturales, recuerdo que no he comido y ya es tarde. 

Mientras almuerzo, pienso en mi siguiente paso. Se pueden hacer muchas cosas. Aquí Calvino estudió Agronomía, Huxley esbozó su primera novela, Petrarca y Bocaccio tuvieron su decisivo encuentro y Herman Hesse se enamoró de su esposa. Alelado ante tantas opciones, camino por ahí. Lentamente oscurece. Pero no hay problema, porque el arte y la belleza (y los turistas) siguen (seguimos) ahí. En Florencia a veces pareciera que el museo está más en las calles que dentro de los palacios en los que hay que pagar entrada.



Falta un clásico: ir al Ponte Vecchio sobre el río Arno. Disfrutar las luces reflejadas en la corriente que fluye indiferente, no tanto como el puente, atormentado por los candaditos esos que ponen las parejas y que son parte de un bestseller que me da flojera googlear. Del Arno, Mark Twain en Inocentes en el extranjero dice que “Sería un río agradable si le añadieran agua”. Agregaría también si hubiera menos joyerías y vendedores de selfiesticks callejeros.



Cruzo el puente y, ya en la otra orilla, me dirijo supuestamente rumbo a la Piazza Pitti, donde está la casa donde vivió Dostoyevski y escribió El idiota. Me pierdo. Me siento como el título. Supongo que era inevitable porque 1) no tengo internet en el celular y menos google maps, 2) mi italiano es penoso (mi español también) y cuando me doy cuenta estoy en un gran parque, completamente solo. Lo curioso es que no me incomoda, de hecho, por fin estoy lejos de la multitud, en plena noche, en silencio: si hay insectos, ya cerraron el kiosko y se fueron a dormir. 

Según mi plan debería ir después para la Iglesia della Santa Croce, donde están enterrados personajes como Galileo o Maquiavelo y donde Stendhal casi se desmaya de tanta belleza. Soy Pollo, pero no tanto. O no para el arte. O no como Stendhal. O, tal vez, he vivido engañado toda mi vida y mi sensibilidad es casi nula. Es más tranquilo estar solo, en silencio y a oscuras a miles de kilómetros de casa y de mi vida real. Libre de fotos, de arte, de todo.

Al día siguiente, parto a Pisa.


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1 abr 2017

Viajar libros (16): Florencia (parte 1)

1 abr 2017

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En Nueve ensayo dantescos (1982), Borges lamenta la imposibilidad de acercarse a La Divina Comedia con total inocencia. Cierto, todos ya tenemos alguna imagen mental de esta. A pesar de eso, no he leído en su totalidad el texto del argentino porque, creo, debo recorrer primero las páginas de la obra de Dante. Tal vez debí hacerlo antes de venir a Florencia. Sobre leer la obra original antes del "homenaje", crítica o parodia, ya comentamos hace un tiempo. Así que no le tengo miedo a los spoilers, ni tampoco a viajar solo. Tomo el tren.

Luego de buscarla entre las estrechas callejuelas, casi escondida, encuentro la casa de Dante Alighieri.



Aparentemente, no es ni de lejos la atracción más popular de la ciudad, comparada con otras, atiborradas de visitantes. No había cola para entrar, de hecho, creo que era casi el único cuando crucé la puerta más o menos a las 3 de la tarde.



Si las hordas de turistas son el infierno, este pequeño museo goza del silencio del purgatorio. Tiene varias infografías de como era la ciudad durante la época en que se escribió La Divina Comedia




También originales de las primeras ediciones ilustradas.      




¿Valen la pena estas casas de escritores? Como monumento, a veces termina siendo más una tienda de souvenirs y su papel pedagógico o de difusión es casi simbólico: difícilmente una visita motive a leer más sobre el autor al eventual entusiasta preocupado más por completar su checklist de pendientes y fotos. Se entra más por curiosidad, como a la Casa de la Literatura que funciona tal vez porque no está dedicada a nadie en particular. En Prosas Apátridas, Ribeyro comentaba que no solía visitar la "casa del artista", "(...) se trate de Balzac, Beethoven o Rubens y prefiero la compañía de sus libros, melodías o pinturas. Las reliquias segregan un aroma de tristeza, de fugacidad y sobre todo de ausencia, pues son el signo visible de lo que ya no está". Creo que nos gusta visitar los lugares donde pasó un autor porque es parte del rito de paso del "enfermo de literatosis", como pedir un autógrafo o tratar de averiguar todo sobre nuestro escritor favorito. En El mal de Montano, Vila Matas también acude a la casa de Kafka, sino me equivoco. 

Para compensar (?) leí Inferno de Dan Brown. Es mejor algo más dirigible para no sobrecargarme de estímulos, acercarme con humildad a la imponente ciudad -un auténtico museo al aire de libre- y no tener que fingir que sé mucho de arte. Ya no alcanzo a ir a los jardines Boboli, donde empieza el recorrido por el centro de la ciudad en el libro (y en la película), así que voy de frente al Palazzo Vecchio. Buena parte de la acción se da en el Salón de los Quinientos, que en su momento fue el más grande del mundo. Impresionante.



Alrededor del Salón, una docena de estatuas haciendo referencia al título de una novela de Agatha Christie: Los doce trabajos de Hércules. Algunas esculturas son muy expresivas. 




En el piso superior, encuentro la máscara mortuoria de Dante (¿no debería estar en el museo?), la cual también es parte importante de la aventura de Robert Langdom, pues da una pista con el fin de (para variar) salvar al mundo. 



Lo que sí me causa mayor intriga es comprobar el salón de los mapas en el que los protagonistas escapan por una puerta secreta que se encontraba detrás de un enorme globo terráqueo. Sip, existe realmente ese pasadizo escondido detrás del mapa de Armenia, pero para atravesarlo hay que pagar un tour especial y no me da para tanto. 







Ya es de noche y a unas cuadras está el Baptisterio de la catedral de Santa Maria dei Fiore, donde se supone Dante fue bautizado y, de hecho, era el lugar donde hasta el siglo XIX todos los habitantes de la ciudad celebraban dicho sacramento. En ese escenario, los personajes de Inferno tienen que concluir su viaje florentino, para partir a otra ciudad. También le pongo punto final, pero para ir al hotel. Mañana habrá mucho más que ver.

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31 mar 2017

Viajar libros (15): Génova y alrededores

31 mar 2017

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Quizás debí iniciar mi viaje por aquí. Este puerto solía ser punto de llegada a muchos visitantes sudamericanos, como puerta de entrada a Europa. Poco antes de la publicación de Rayuela, Cortázar viajó hasta esta ciudad italiana para acompañar a Aurora Bernárdez en su partida y retorno de Buenos Aires. Incluso, en su novela Los premios, en que los personajes se encuentran en un barco con rumbo desconocido, uno de ellos dice que los llevarán "(...) a Génova y de allí en autocar por toda Europa hasta dejarnos hechos pedazos". Creo que Vargas Llosa también hizo un trayecto similar en una de sus primera experiencias europeas, no recuerdo si de ida o vuelta. 



Empiezo mi recorrido en la Piazza di Ferrrari. En el centro histórico puedes encontrar, casi uno junto a otro, un palacio renacentista, una iglesia medieval o una muralla de la época romana. Es encantador perderse entre sus estrechas calles, llenas de tiendas y pizzerías. Hay muchos detalles escondidos donde menos se esperan. Por ejemplo, la Iglesia del Gesu e dei Santi Ambrogio e Andrea está engalanada con varios cuadros de Rubens (y la entrada es gratis). 



Caminando llego a las Torres de la Porta Soprana, puerta de acceso a la ciudad en la época medieval en que la urbe estaba rodeada de murallas. Ahora está rodeada de bares, trattorias y la atmósfera es distendida y simpática.

Me pregunto si la atmósfera habrá sido igual en 1965, en que se realizó el Coloquio de Escritores Americanos en esta ciudad. Presentes, entre otros, Ernesto Sábato, Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, João Guimarães Rosa y además "el big three" del indigenismo peruano: Arguedas, Ciro Alegría y Scorza, en la que pudo haber sido la última vez que se juntó este trío.

En ese Coloquio también estuvo, como uno de los organizadores, Miguel Ángel Asturias, que vivió exiliado aquí en los años previos a ganar el Nobel y no pudo dejar de sucumbir a un clásico de la ciudad y del país: el gelato. Tanto era su amor por este postre que tuvo problemas con su mujer por seguir esta particular dieta y hasta le compuso un poema a los helados, que pueden leer aquí.



Llego a las ruinas del hermoso claustro de Sant'Andrea, monasterio románico con más de mil años de antiguedad y que se encuentra al costado de la que, se supone, es la casa de Cristóbal Colón. No sabemos si así es en realidad, como también sucede con la novela inspirada en el "descubridor" de América: El arpa y la sombra de Alejo Carpentier, que también estuvo en el Coloquio. Con la cantidad de autores sudamericanos, más bien pareciera que fuéramos nosotros los que "descubrimos" Génova, ciudad que - tal vez injustamente - no sea la favorita de los turistas.

Génova no es solo punto de llegada, también fue punto de partida. Ribeyro relata en su diario que, en 1958, partió desde esta ciudad de regreso a Lima a bordo del Marco Polo y se lamenta haber esperado tanto tiempo a la famosa C. por gusto. También fue el punto de partida de la carrera literaria de Emilio Salgari, que firmó aquí su primer contrato editorial, para luego recorrer imaginariamente el mundo, del Far West a la India, de Rusia a la Polinesia en clásicos como Sandokán, El corsario negro o El león de Damasco (a los que recordé aquí)

El ejemplo más entrañable es Marco (no Polo), sino el adorable niño que buscaba a su mamá y la fue persiguiendo desde Génova a Buenos Aires, después a Rosario y luego a Córdoba. De chico, cuando leí su historia, me asustaron las penurias de esa interminable peripecia y no pensé que alguna vez haría un recorrido similar, pero a la inversa. Este popular relato se encuentra en Corazón, libro de Edmundo De Amicis (que comentamos aquí) que no nació en la capital de Liguria, pero sí en una pequeña ciudad cerca de aquí: Imperia. Y hacia ahí me dirigí.



Para conocer bien un país, lo mejor es visitar las provincias, más que las grandes ciudades. Imperia es una urbe pequeña, formada por la unión de dos pueblos: Oneglia y Porto Maurizio. Es en la primera donde nació De Amicis. Recorro el lugar y me llama la atención este cartel:



Tal vez no me debería sorprender tanto. Total, Scorza es un apellido italiano. Aunque nunca pensé que la segunda novela de su pentalogía La guerra silenciosa tendría su propio local en Italia. Al menos la idea para la primera, Redoble por Rancas, habría surgido en Génova, en el mismo Coloquio que mencionamos y habría sido inspirada por el mismísimo Arguedas, que denunció la situación que vivían las comunidades de Cerro de Pasco. 




No se puede hablar de Génova, y de la región, sin hablar del mar. En el mar de Liguria está el "golfo de los poetas", llamado así porque ahí vivieron en algún momento, entre otros, Lord Byron, Percy Shelley, Mary Shelley, George Sand, D.H Lawrence, Gabriele D'Annunzio, Cesare Pavese,  Marguerite Duras... Ah, y también Dante Alighieri, pero de él hablaremos forzosamente más en nuestro próximo destino...

(parece la Costa Verde, pero es Liguria)
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